La palabra carta, ocupa en el diccionario de la Real Academia Española de la Lengua, nada menos que página y media de espacio. Escribir una carta, a mano y enviarla al Correo, ocupa un tiempo táctil, en esta época de premura, convirtiendo el gesto en un acto romántico; y en desuso, porque los correos electrónicos han suprimido, casi totalmente, ese método material y viajero. Lanzar un mensaje escrito en un papel, sin esperar con impaciencia la respuesta, es un acto valiente: es lanzar al destino unos papeles escritos, dentro de otro papel doblado que, ante unos ojos lectores, expliquen los sentimientos más profundos o exploten una reacción que sea tan grave, como el silencio perpetuo de una respuesta.

Cartas sin respuesta. Cartas perdidas. Yo, siempre he escrito cartas ante la imposibilidad de ajustar lo que mi alma sentía. Volcar las palabras adecuadas. Siempre he tenido la sospecha de que no tenía el espacio suficiente para hablar o decir o expresar y ser escuchada, o entendida. Al mandar una carta con confesiones, que se han estrellado ante unos ojos asombrados, queda el mensaje en un lugar ambiguo, sin poder averiguar la reacción del receptor. Una carta no es una conversación. Es una confesión. Antaño, las gentes separadas geográficamente se comunicaban a base de cartas, aunque no se supiera ni leer ni escribir. Alguien lo hacía a petición. Es cierto, yo misma escribí algunas cartas amorosas por encargo. Firmar una carta es un documento tan válido como un testamento notarial: ahí queda lo que se quiere comunicar per secula seculorum. Por eso es importante la fecha, que determina el momento del impulso. Una carta hológrafa es un documento único y total.

No me arrepiento de lo que escribí -en su día- a las personas que conocí, aunque fuera impertinente o absurdo. Cuando mandé un texto como el que lanza una flecha, no fue nunca para herir el corazón de nadie, sino para entrar en él. Para pedir perdón. Para pedir atención. Para amar. Para dejar de amar. Para dar explicaciones. Para contar sentimientos. Para compartir

A base de garabatos sagrados la Humanidad creó algo prodigioso, la escritura. La escritura hológrafa es una canalización sutil de “lo que quiere manifestarse”. A veces somos sólo eso, canal.  Al contar nuestra vida creamos vínculos.

La correspondencia es privada, sagrada en el sentido de absoluta confidencia. Leer una carta ajena es un acto de intromisión reprobable. Una desnudez impropia. Eso se ha extendido a los emails, a los teléfonos móviles con los correos privados. Nadie tiene derecho a leer correspondencia ajena. Si son mensajes, además, antiguos, de tiempos pasados que tenían su vigencia, esos intrusos lectores son ladrones, hollando con sus ojos sucios confidencias a destiempo. Conozco lecturas de cartas mías en habitaciones ajenas que, por complejas que fueran mis manifestaciones escritas hace años, me dieron, al enterarme de la violación, la medida de esos ojos cotillas. Algo que determinó mi distancia emocional de quien no respeta cartas ajenas en lugares privados.

La carta y los sellos.

Una de las ocasiones más dolorosas con respecto a mi envío de cartas fue en Mozambique: estando viviendo allí, escribí cartas a mi hijo y amigos, acompañadas de dibujos. Un día, al ir a la oficina de Correos en Maputo, una funcionaria delincuente, con cara cínica, me pidió el dinero de los sellos, diciéndome que ella los pegaba después. Aquellos sobres desaparecieron de mi vista y ninguna carta llegó nunca a su destinatario. Algo inadmisible en una oficina de Correos estatal.

La foto que acompaña a este escrito es de una carta que he enviado hace un mes a mi familia, que ahora reside en Marruecos. Esperando que me contestaran, con algún dibujo de mis nietos o algo por el estilo, en mi buzón ha aparecido la carta, devuelta. Y censurada. La dirección es la correcta y el franqueo es el correcto. Otras cartas ya llegaron antes. Lo que no parece ser correcto en este envío, para el gobierno marroquí, es uno de los sellos del sobre; un sello de la bandera LGBT, bandera arcoiris, símbolo del orgullo lésbico, gay, bisexual y trans desde 1978. O sea, un manifiesto impensable en el país alahuíta, pero, ¿es correcto censurar una carta con un sello oficial del Gobierno Español? Voy a volver a mandar la carta dentro de otro sobre con otros sellos. Sin abrir el sobre, no me interesa saber qué les decía a mis amados, es un pasado que se ha saltado a un presente y que debe ir al futuro.

Los sellos de correos han sido un valor de poderosa inversión económica durante siglos. Sellos con reproducciones artísticas, aniversarios o conmemoraciones de toda índole, cobran más valor cuando trasgreden algo. O tienen un defecto. O un mensaje perturbador. Este sello arcoíris lo tiene para ciertos conceptos morales o políticos. Por respeto a mi familia y para su seguridad, yo también he censurado el nombre y la dirección del sobre que aparece en la foto. Un efecto espejo de este pequeño suceso postal.

Sigo mandando cartas, aunque me duela la mano al escribir o el alma al contar lo que siento. En las Oficinas de Correos Españolas hay mucho tráfico de cartas oficiales, paquetes, muchos paquetes, pero sospecho que pocas cartas escritas a mano y con la vida dentro. Hay que volver a lo sencillo y auténtico. Para eso hace falta saber la dirección postal de la gente que nos interesa. Hoy en día, con los móviles y correos electrónicos, ignoramos dónde habitan amigos y conocidos. Si se pierde un teléfono móvil o una agenda electrónica, se pierde un rastro valioso y, puede ser, al amigo o amiga. Deberíamos pedir a los Reyes Magos una agenda de papel y escribir domicilios, para mandar una carta insospechada este año nuevo. Menudo regalo. Aseguro, que la sorpresa de quien reciba nuestra desconocida letra será tan mayúscula como alegre. Un gesto pequeño y sencillo, lleno de significado. Pero, cuidado con los sellos, nunca sabremos cuales son peligrosos o inconvenientes. Ahora que no hay que chupar el pegamento, como cuando chupábamos la cabeza de Franco como si quisiéramos tragar aquellos vitriólicos años oscuros, comprar sellos es cómodo: son autopegables. Cuidado, los de la bandera LGTB úsenlos solo para cartas o postales a países evolucionados y permisivos con cualquier tendencia sexual humana.