En mis mundos paralelos, encuentro mayor información y reflexión que en esto que llamamos realidad, donde el caos es la atmósfera, la mentira es la información y la inmediatez del presente, por lo que vemos, no atisba solución alguna a nuestros problemas humanos.

Hace unos pocos días, en este Mayo, florido y hermoso por las interminables lluvias, he podido asistir en Madrid a dos representaciones teatrales de alto y paralelo contenido, textos que despiertan y avivan mi vehemente deseo de una solución fraternal para el género humano: Numancia (sin el cerco) de Miguel de Cervantes y Tierra del Fuego de Mario Diament.

Como en el tema central de la obra Delicia, de Triana Lorite, de la que he sido actriz protagonista hasta hace unos días, la invasión (militar, política o familiar) es una constante desgarradora en el devenir de nuestras vecindades y culturas.

El Imperio Romano cercó, sitió a los numantinos, hasta tal punto que prefirieron extinguirse en masa antes que entregarse. Triste holocausto de una minoría que no encontró acuerdo alguno con un gigante invasor; un Imperio inmenso que practicaba una inercia imparable en su colonización mundial. En la obra Numancia, un puñado de excelentes actores, para un montaje efectista, anclan los versos de Cervantes y la epopeya con rigor y emoción. Quiero destacar a mi querido Alberto Velasco (que nos dirigió en Delicia), multiplicándose en personajes distintos, con esa humanidad física suya que (tanto preocupa a críticos tiquismiquis) ocupa el Teatro Español y, casi, la plaza de Santa Ana entera. Numancia es una tormenta de justicia que aniquila pero dignifica; como yo decía cuando interpretaba a mi personaje Delicia: “una mujer puede ser destruida pero nunca derrotada”. La dignidad de los débiles, de los justos, no la derrota nunca, nada, aunque en los anales históricos se glosen siempre las victorias como perverso y mentiroso resumen.

El encono de Yael Alón, el personaje de la mujer judía de Tierra del Fuego, que interpreta Alicia Borrachero con una pulcritud extrema, adecuada al proceso de su investigación emocional; ese empeño del personaje en su esfuerzo conciliador, para entender a un palestino, un enemigo, preso por un atentado del pasado que la involucró dramáticamente a ella, desarrolla el texto, el embrollo fraternal de Israel y Palestina. Sin poder deshilvanar la mujer, nada más, que el entendimiento privado, personal e íntimo de dos seres heridos, en cierto modo, desde hace tres mil años antes de esta era. Entre los personajes esenciales habla su parlamento desgarrado una herida Gueula Golán, personaje que encarna mi admirada y excelente actriz Malena Gutiérrez. La madre judía es esa pared que no perdona ni tiende la mano a quien sufre tanto como ella.

Y así declamaba yo en los finales de Delicia: “¡¡¡Abraham iba un día por Siria o por Turquía y se le aparece Dios, y le dice que tiene que sacrificar a uno de sus dos hijos, a Ismael o a Isaac… ¿quién será el verdadero hijo de la promesa de Dios? A tu simiente le daré la Tierra Prometida, esa que va desde el río de Egipto hasta el río Eúfrates. Ese es el problema de la Humanidad entera, la Tierra en propiedad. En ese caso, si la simiente es la de Ismael la tierra le pertenece a los Islamistas, pero si la simiente es la de Isaac, la tierra le pertenece a los judíos!!!”

Una promesa bíblica que dividió a unos hermanos para siempre.

Las infinitas guerras han creado rencor, odio y venganzas sin fin entre los seres humanos desde los principios de los tiempos. Solo el perdón mutuo puede restañar, restaurar este pasado terrible, que nos sigue llenando de horror, dolor, desgracias y sufrimientos…