Cada 8 de marzo se celebra en el mundo “El día de la mujer trabajadora”.  Nada que añadir por mi parte. Desde hace siglos, todas las mujeres del mundo trabajan, mucho, en su entorno doméstico, fuera de sus casas o por sus derechos fundamentales. En algunas partes del mundo, las mujeres siguen viviendo en un entorno muy precario, que añade más trabajo a cualquier actividad diaria. En esta parte del mundo donde yo vivo, por suerte, el confort ha ido ganando un lugar esencial en lo doméstico.

Cuando nació mi hijo Hugo, hace cuarenta y siete años, después de un parto -casi- mortal y una debilidad permanente, mi ocupación fundamental diaria era lavar la ropa a mano. No hay que olvidar que, entonces, los pañales de tela se lavaban. Quienes hayan conocido una Lavadora Jata pueden contar el alivio que supuso para mí que un sencillo trasto pequeño, lleno de agua y jabón, diera vueltas. Al terminar el circuito, había que sacar la ropa, aclararla a mano, escurrirla, estrujarla y tenderla; eso consumía unas horas preciosas del día. Me consideraba una afortunada cuando recordaba las historias de las mujeres madrileñas de la generación de mi madre Carmen: aquellas mujeres que bajaban las cestas de la ropa desde la calle Toledo de Madrid hasta el río Manzanares donde había unos lavaderos. Un gran trabajo; cuando se secaban las pilas de ropa, subían las cestas llenas por esa larga y fatigosa cuesta.

El padre de mi hijo Hugo y yo hicimos una mudanza a la calle Castelló. Un buen cambio, pero seguíamos subiendo y bajando cuatro pisos sin ascensor. Mi marido compró un frigorífico, pero yo seguía lavando la ropa con mi Jata. Posiblemente por mis quejas, en un arrebato de compasión, mi padre Lorenzo me dijo que compraría una lavadora. Para que no se arrepintiera, le empujé al día siguiente a esa mítica tienda de electrodomésticos de la calle Jorge Juan, Electrodomésticos Ramón. Al llegar, al lado de la tienda, había unos operarios metidos en un agujero de la acera; una avería eléctrica en la zona tenía a los vecinos sin luz. El muestrario de los electrodomésticos estaba en el sótano de la tienda. Ante aquella circunstancia adversa, a mí no me convencieron los argumentos de volver otro día; conociendo a mi padre igual se rajaba de su propuesta. Fue tal mi insistencia que el amable vendedor, enarbolando una gran linterna y unas velas, nos bajó a Hugo y su carrito, a mi padre y a mí al sótano. Qué espectáculo, con aquella luz romántica, en una rutilante fila estaban las más modernas lavadoras del mercado. Para aliviar a mi padre, yo elegí la más sencilla y barata.

Nuestro cuarto de baño de Castelló era de unas dimensiones desproporcionadas que causaba la admiración de las visitas. Era un lugar precioso, casi un cuarto de estar para pasar allí las horas. Al lado del inodoro me instalaron la lavadora. Fascinada, yo me sentaba en la taza y miraba el funcionamiento de aquel cubo blanco. Por su gran ojo, veía rotar la ropa y me gustaba la fuerza loca que tenía cuando centrifugaba. Aquel bendito mecanismo alivió mucho mi vida doméstica; para mí, era el invento más útil que se había creado. Amaba a aquel electrodoméstico. Me enamoré de mi lavadora.

En estos tiempos en los que se ha diversificado la definición de amor, de cómo se puede amar, a Dios, a los demás, los conceptos se han renovado absolutamente. Hace un par de días, al contar a un querido amigo el cariño que tuve a aquella lavadora, me dijo que yo había sentido pansexualismo. Me informé: Pan significa todos, por tanto, el termino pansexual es una orientación sexual completamente abierta, que escapa de los roles masculino-femenino. Puede ser que haya gente que haga el amor con una muñeca de látex o adore el diseño de su tostadora, pero lo cierto es que muchas personas están enamoradas de su coche. Ay, aquellos novios que tuve y a los que he olvidado hasta el nombre. Lo confieso, tuve relaciones que no superaron nunca mi amor por aquella lavadora. No recuerdo su marca comercial, pero recuerdo mis emociones: como cuando se estremecía al centrifugar. Y esa alegría que me daba al abrir su puerta y recibir en mis manos la ropa limpia y escurrida. Mi amor olvidado. Pansexualismo eléctrico, vibrante y limpio.