Ni la Luna, ni Marte, ni Saturno; el planeta más desconocido para los seres humanos es el continente que llamamos África. De los otros cuatro continentes de la Madre Tierra hay vestigios suficientes para elaborar un pasado, más o menos tamizado por la historia, más o menos veraz, más o menos entendido. Vestigios de arquitectura, escritura y arte, que sobrevivieron a las civilizaciones anteriores, nos han dejado una interminable investigación para estudiar y entender a nuestros antepasados.

Menos Egipto -un continente dentro del planeta África- y un par de pueblos que crearon su escritura, el devenir de ese inmenso territorio se registró históricamente de una manera oral. Lo cual dio como resultado el obvio desprecio de Occidente cuando “descubrió” África.

La impresionante historia de las gentes negras. La trasmisión oral -como fue el testimonio de los profetas, que no escribieron nada- mantuvo el conocimiento histórico vivo, sin alteración, durante generaciones. Los secretos y misterios de los pueblos africanos, aún ahora, no se comprenden en el mundo “civilizado”. Las guerras, leyendas, historias y gestas, impregnadas de misterio, magia y sucesos sobrenaturales, aún palpitan en las generaciones actuales. Los secretos importantes siguen bien guardados, los profanos no pueden saberlos. En cada africano -aunque sea actualmente musulmán, cristiano o animista- está escrita la historia de sus antepasados en su memoria celular. Los griots, los narradores, siguen trasmitiendo historias a voz viva. La sangre de cada africano habla, también, en cada pálpito.

Se ha estrenado, en septiembre de 2016, un documental, “Las lágrimas de África”, en Madrid y en Barcelona. Una película realizada por una mujer valiente, Amparo Climent, que se acercó muchas veces a las dos orillas de una valla, en Melilla y en Marruecos, para registrar la trágica intención de muchos africanos para entrar en Europa después de interminables, peligrosos y demoledores viajes por el continente. Muchos espectadores han ido al cine comercial a visionar una intención épica que sigue ocurriendo. Lo legal en la blindada Europa es entrar por las fronteras aeroportuarias con los papeles en regla. Por lo tanto, se pueden hacer muchas conjeturas sobre lo que impulsa a las gentes a caminar toda África para llegar finalmente a una frontera, a una valla. Y saltar. Algo ilegal y dramático. La gente desesperada, en manos de mafias y de intermediarios sin escrúpulos, puede pasar años estacionada en lugares llenos de calamidades, dependientes de mafias que cobra cantidades estratosféricas por sacarles de allí. Algunos grupos se gestionan a sí mismos, pero son los menos.

Cada persona africana, de cada lugar, clan o etnia, cuando emprende ese tipo de viaje, carga -además de su nombre y pertenencias- con sus tradiciones, mitos y leyendas. En un principio, suelen ser las familias las que designan al elegido que les va a salvar económicamente en un futuro. Esa persona, con el dinero que reúnen entre todos para que haga el viaje, por lo general, antes de salir de su poblado, suele ser iniciada con rituales mágicos que apuntan a Dios pero que pactan con fetiches y magos, que también esperan su correspondencia al tiempo.

Esa fuerza mística imbuye las gentes de un poder de supervivencia y resistencia extraordinarias. Esa fe en conseguir el objetivo final impregna a las personas de una energía brutal para soportar todo tipo de penalidades. El esfuerzo y el sufrimiento de la espera, convierte lo cotidiano en una situación de interminable paciencia. La solidaridad, la fraternidad y la fe sostienen juntos a esos puñados de desesperados. Pueden pasar años y miserias indescriptibles pero esos hombres y mujeres que llegan a la frontera española, o a la orilla del mar para subirse a un cayuco, lo hacen convencidos de que nada, absolutamente nada, les detendrá.

En el caso de que perezcan, me pregunto en cual triste situación se quedan las familias que nunca más vuelven a saber qué pasó con el hijo o la hija que desapareció trágicamente en el trayecto. Me pregunto si los fetiches reclamaron su pago en forma de muerte. Si no mueren en los diferentes intentos del viaje y llegan a la frontera española, esas personas intentarán dar el salto. Si consiguen traspasar la frontera y vivir en la decadente Europa, la alegría de las familias no suele tener la correspondencia que se esperaba en la mayoría de los casos. Muchos hombres africanos que allí eran zapateros, pescadores o carpinteros, viven ilegalmente en España, vendiendo bolsos o música por las calles, hacinados en pisos pequeños, ganando una miseria para su propio sustento, sin poder devolver nunca el dinero que les puso en camino.

Los guerreros africanos existen, niños soldados, adultos enredados en interminables conflictos tribales o guerras impuestas por el neocolonialismo que esquilma y sangra el continente. Los antiguos guerreros que mataban un elefante o un león con sus manos puede ser que, aún ahora, ejerzan la tradición pura en algún lugar remoto, quién sabe. Lo que ha pervertido la tradición ha contaminado el concepto.

Yo tuve mi propio griot en la isla de Karavan, en la Kasamance senegalesa. Tuve que sufrir algunos complejos rituales de confianza antes de que el llamado Nicolás, ese hombre generoso y sabio, me relatara parte de las historias que pertenecían a su familia. Me aclaró conceptos que el viajero eventual y desde luego, jamás el turista, puede acceder de un día para otro. Ahí empezó mi curiosidad, que no se termina nunca, para ahondar en el misterio de África negra. Desentrañando mi ignorancia, viajé varias veces más al continente, entretanto, escribí una novela, aún inédita, “Violeta Profundo”, que espera su publicación.

Los ángeles negros que saltan vallas y sobreviven a los embates del mar tienen incorporadas en su espalda unas alas con la forma del continente. Su fe y su fuerza les lleva a la frontera de la España africana para que, en el caso subir la valla, saltar y pasar al otro lado, esperen un interminable tiempo más en el centro de acogida: la burocracia para conseguir unos papeles oficiales que sustituyan esas alas mágicas con las que han vencido y saltado todos los obstáculos.

Para mí, de ese éxodo, lo más terrible es la explotación y la esclavitud sexual de las mujeres africanas que son ritualizadas en sus lugares de origen y enviadas como mercancía, como prostitutas, con la tremenda amenaza de pagar lo invertido para que no muera todo su clan O los hijos que aquí tienen y que son también prisioneros de la mafia.

Es posible que los verdaderos ángeles custodien especialmente a estos seres humanos que en su pobreza extrema -la pobreza africana es imposible de imaginar para cualquier occidental que no haya viajado- no tienen nada más que perder que su propia vida. Por ahora no se pueden derribar las alambradas y las concertinas para que los seres humanos fluyan libremente por la Madre Tierra. Si se mira a este planeta desde la estratosfera no se divisa frontera alguna, bueno, posiblemente la Muralla China que fue creada para lo mismo, para dividir su piel en segmentos políticos.

“Las Lágrimas de África” se puede ver ahora online, en la plataforma Filmin y se pude comprar en DVD, en la web de la película.
La película la ha distribuido mi hijo Hugo Serra, estrenando así su nueva iniciativa: Con Un Pack.