Por fortuna, la cinematografía, desde sus principios, nos ha mostrado los mundos del Mundo. Más cercanos, o lejanos, con imágenes, con diálogos, con silencios, con música, las películas nos ha relatado la vida. El cine nos ha enseñado los escondrijos humanos sin necesidad de imaginarlos en una lectura; ese es su poder, la imagen y el sonido (que no olvidemos que es el cincuenta por ciento).

Yo soy una cinéfila solitaria. Las butacas de un cine son más voladoras que las alfombras mágicas: cada vez, sentada en una de ellas, he despegado a mundos infinitos.

Hugo Serra, mi hijo cineasta, lo es por esa influencia mía; butaca con butaca hemos viajado juntos, muchos años, delante de un haz de luz que se mueve delante de una sábana. Ahora, gracias a él, he ido conociendo también, de primera mano, a jóvenes mujeres cineastas, que quieren, y han dirigido o producido películas. Cada vez más, las mujeres del mundo están contando sus propias historias en el mundo cinematográfico. Ellas, las realizadoras, muestran sus experiencias pasadas por el tamiz de un guión, o los avatares de sus sociedades, para que emerjan las visiones, las situaciones más profundas de la vida femenina.

La realizadora turca Deniz Gamze Ergüven me ha regalado una película, “Mustang”. El regalo es la síntesis de su juvenil experiencia personal que ha desembocado en mostrarnos el sometimiento social y familiar de las mujeres de su país. Se dice que Turquía es un puente entre Occidente y Oriente. Pues bien, ese arco es el que dispara -en el argumento de Mustang- el recorrido que debe hacer cualquier mujer en el mundo para salir de la esclavitud. La familia es el argumento más grande para contar cualquier cosa pequeña. Los grandes cineastas lo han exprimido y nunca se acaba. Las tradiciones, la familia, la hegemonía masculina, la sociedad, el honor, esos pesados y asfixiantes sudarios que se han impuesto a las mujeres del mundo, se desnudan en películas como ésta: una Casa de Bernarda Alba que gira en torno a la sumisión de mujeres que doman a mujeres jóvenes para entregarlas a la tradición, a la muerte de su evolución como personas.

Por ahora, he girado sesenta y siente años alrededor del Sol. En España, cuando yo era una adolescente, ser una joven «mustang», con ganas de desarrollar mi vida, mi arte, mi creatividad y mi talento, era una tarea casi imposible. Ese intento mío fue combatido con doma y palizas, para obedecer «lo que se debía pensar, hacer o parecer», por parte de una madre que había sido muchísimo más castrada aún. En esa sociedad encerrada, patriarcal, marcada por los militares, la Iglesia Católica y los hombres, liberarse fue una larga y ardua tarea personal. Ahora Soy el Ser que Soy en el mundo. Deseo que las mujeres se ayuden a sí mismas para Ser los Seres humanos que se merecen Ser, con pleno derecho de vivir y evolucionar como personas de pleno derecho.

Mi cuadernismo de textos automáticos y una terapia de recorta y pega para realizar collages de todo tipo, me sorprende cuando abro a voleo cualquier viejo cuaderno y me encuentro de sopetón con algo contemporáneo…

Hoy por la mañana, he conectado con lo que hice ayer por la tarde, presentar -junto a Ángel Aleja y Amado Storni- el tercer libro de relatos de una artista singular, la mexicana madrileña María Gloria Torres Mejía. Un alma que pinta, escribe y compone las letras de las canciones de su propio grupo de rock, Schinny Black. El sugestivo título, «Concierto para ácaros y otras mentiras literarias» enlaza con la publicación también de su nuevo CD, «Koncert für akarus». Y con una esquina de mi cuaderno… Como se puede leer en la foto, a principios de 1992, debí tomar repentina medida de mi pequeñez y de una manera poética traté de definir lo que no es fácil, nuestra dimensión espacial.

Los seres humanos cuando miramos al cielo y nos proyectamos hacia fuera, hacia lo que intentamos comprender o percibir de la inconmensurable magnitud del Universo, de una manera torpe, imaginamos ese más y más y más y más, allá… Los físicos cuánticos, tan místicos ellos, están demostrando que «hacia dentro» de nuestro cuerpo físico somos también infinitos. La nanotecnología lo está demostrando.

En el eje de nuestra percepción humana de cinco sentidos, actuando en tres dimensiones, lo que nos vincula con lo que llamamos realidad, en ese vértice, sentimos que «estamos» entre el Cosmos y el Universo propio. Hay un escalafón dentro de nosotros: microorganismos que tienen conciencia, que sienten y se comunican entre sí y con el medio que les sustenta, como cualquier especie. A mi me apasiona el mundo bacteria, esa masa de seres que me avisa del peligro en mis tripas antes de que pudiera formular cualquier alarma intelectual en mi cerebro. Pasteur dijo que «el papel de lo infinitamente pequeño en la naturaleza es infinitamente grande». Las bacterias se rejuvenecen permanentemente, un patrón fractal que se remonta al origen de la vida en la tierra… Somos un cuerpo, somos los microorganismos; dos kilos de células bacterianas habitan en nuestro intestino… Por ahora vuelvo a algo más grande, a los ácaros, esos microscópicos y descabezados arácnidos de extraños cuerpos y enormes bocas que se zampan nuestras células muertas y excretan desechos que a muchos humanos producen molestas alergias.

Los cuentos de Gloria están repletos de ácaros, hormigas, cucarachas, abejas, moscas, moscardones, mosquitos, hormigas, tortugas y algunos humanos. Somos mundos dentro de mundos, dentro de mundos… En un colchón cualquiera hay mas trasiego de vida ácara que en todo el continente europeo. También somos ácaros, pero nos percibimos bellos.