Me ha hecho falta un poco de reposo en casa, para darme cuenta de que hoy he vivido mi día Blade Runner apoteósico.

Al menos, el escenario urbano desde esta mañana, recorriendo la ciudad bajo una lluvia plomiza, gris, persistente, que no no ha parado ni un rato, con esas calles estrechas, sin árboles, con edificios feos, muy feos, calles vacías con muchos comercios cerrados, locales que dejaron de ser talleres, pequeñas fábricas, por un barrio rodeado de cementerios, parques y ancianos jubilados, bares tristes y esquinas imbéciles, para entrar a un almacén atestadísimo, de la mano de un amigo generoso, bueno y entrañable que me regala un sombrero de copa, un bombín, un salakof y un -otro- bastón, como si me pudiera convertir en cochero, londinense o explorador de selvas vírgenes, nada más usar esas piezas antiguas.

Hemos llevado unos muebles a un lugar, para terminar conversando con sus amigos. Un joven con un sueño replicante, convencido de que el futuro humano va a ser el que le van a proporcionar a él, “una pastilla” ( parece ser que otras dos más cada dos años, mas o menos) para regenerarse continuamente y vivir, pues unos mil años, del tirón, así sin mas…

Seguida de una conversación en el mesón horroroso que han convertido en su bar favorito, esos amigos encantadores, delante de un menú, debajo de una tele a todo volumen. Generosos amigos que nos han devuelto al local musical, para seguir con la advertencia del futuro perfecto del joven que quiere ser eterno,, esas pastillas para autoregenerarse, no envejecer y vivi mil años, sin saber de qué, me digo yo.

No me extraña, si el policía Deckard andaba buscando replicantes camuflados en ese Nueva York (ciudad de mi replicante andrógina, ya lo amplío), hoy yo me sintiera, enfundada con la gabardina heredada de mi padre, que había encontrado el verdadero conejo, no de las Indias, si no el de un experimento perverso (su contacto es un policía del Cesid, el que le va a proporcionar “la pastilla”, según él, que no ha hablado del precio de esa maravilla), que le haría permanecer en este plano terrenal hasta el año nosecuantosmil y mil, que al lado de la canija cifra del 2049 de la segunda parte de Blade Runner, la fantasía de este encantador joven superaba a Burroughs en muchísima más intención. Encima, con una alegría suprema por poder vivir miles de emociones y de experiencias en esos mil años de vida sin que le caiga ni una maceta encima ni por casualidad, con un cuerpo eterno, joven e inmortal.

Me paro aquí para preguntarme, ¿de qué se puede vivir mil años si hoy en España nos amenazan con que no hay posibilidad de que haya pensiones para todos los infinitos viejos que se avecinan? ¿Este joven eterno podría mantener a todos los viejos que vayamos palmando, él solo, un héroe, con la memoria de todos esos años humanos enciclopédica como un akashico muy suyo?

Este joven encantador, socio de una mujer sabia y bella, que ha omitido lo mucho que sabe, me ha hecho exprimir mi personal conocimiento de lo que significa vivir y, gloriosamente, morir. Sin resultado alguno. Ser mayor y morir no está bien visto para los futurólogos pastilleros.

Bueno, pues, después de regresar a casa para resguardar los sombreros, he tenido que acompañar a una replicante, un encargo de una amiga: llevar a una transexual, sin empatía alguna por su parte, es decir a una chica que se ha convertido en chico, no sé cuando, a un evento de una organización feminista que orbita en los géneros y visualiza a personas de toda condición. Esperándola entre puestos de flores, debajo de la interminable y fuerte lluvia, acogiéndola bajo mi pequeño paraguas para que no se le oxidara su ambigüedad, chocando en la calle con seres oscuros, vestidos de negro, por Tirso de Molina, el Rastro. Bandeando grandes charcos con un bastón y un paraguas, compartido con esa, ese, joven hermético, bello, andrógino, un hijo de Angelina y de Brad pero un poco más mayor, preguntándome si ser policía que busca Nexus 6, un rato, bajo neones llovidos, portales ocupados por mendigos eternos y llegar a una cita poética y, a la vez, ajena a mi, heteroespiritual yo, género sin patentar aún. Volviendo a ponerme la gabardina y compartiendo paraguas por la calle llovidísima, percibiendo modelos humanoides híbridos, Nexus 6 camuflados, buzos en los charcos, cansinos urbanitas, gentes del mundo en un barrio joven. La lluvia, la lluvia, la lluvia, empapada hasta las bragas.

Si el nuevo amigo va a vivir mil años con una pastilla que le va a proporcionar un agente del Cesid, en estos días, cuando los rusos se han cargado a dos espías en desuso, en Londres y yo voy de camino por el viejo Madrid con un modelo humanoide, ambiguo e impermeable, aunque estuviera calado de agua como un lenguado, un día en que las conversaciones a ráfagas se cruzaban conmigo y solo hablaban del asesinato de un niño inocente, mientras la lluvia no cesaba, me sentía humanidad doliente, materia densa, vida incomprensible. Eso es lo que tiene el futuro japonés con robots que se creen humanos.

Si el futuro siempre ha sido profético a través del cine, siempre mi culto para la película de Wim Wenders, Hasta el fin del mundo, saber que tengo un amigo que va a vivir mil años, replicándose a sí mismo, mientras yo haya desparecido hace cientos de años y ya no haya géneros, ni roles, ni hombres, ni mujeres, solo paseantes bajo la lluvia eterna de los polos derretidos, glaciación y conciencia suprema, me pregunto, ¿se acordará de mi?

En la reunión, solo he podido comprar un fancine, editado por las gentes de una órbita múltiple, para volver a dejar a la chica-chico en la boca del metro y escuchar en el autobús las últimas conversaciones de las noticias morbosas de un asesinato infantil, sin ganas de entrar en todas las fantasías que me rodean, harta de la fealdad, de esta experiencia de mi alma que me mete en bucles cansados. El mal actuando para que la gente buena luzca su corazón.

Un sombrero de copa, un bombín, un salakof y un bastón, un teatrito para sentir que solo somos replicantes de nuestra mente juguetona, sin nadie que nos busque para eliminarnos que con nuestra fecha de caducidad ya es suficiente.

Tal día como hoy, casi rozando ese 2049 que con pastillas los eones son pan comido, agente yo del nuevo Blade Runner madrileño, no tengo más remedio que repetir la frase mítica:

“Todos estos momentos se perderán en el tiempo. Como lágrimas en la lluvia. Es hora de morir…”

Y dejar escapar la paloma del amor -propio- para inmolarlo a la Eternidad donde vive lo que Somos, sin pastillas, sin trucos, sin sentirse como Dorian Gray o Narciso.

Sin entender casi nada, una vez que me he secado, me voy a dormir.

Juana, Rick a ratos, con gabardina.

Buenas noches señoras y señores:

Les agradezco de antemano su atención.

Me llamo Juana Andueza. Para simplificar diré que soy una artista: pintora, escultora, escritora y actriz.

Ayer, 18 de Febrero de 2018, he cumplido 69 años, lo que yo llamo 69 vueltas al Padre Sol. Y hoy, lo celebro con ustedes.

 

Mi periplo vital ha sido muy intenso y accidentado, lleno de obstáculos, pruebas, lecciones. Miles de batallitas podría contarles. No ha sido fácil pero me ha guiado la inocencia y el entusiasmo.

¿Cómo se sabe que se es un artista? Siéndolo. Hasta en las cosas mas nimias y cotidianas.

Los niños son artistas puros. Los niños juegan, crean mundos, están conectados a un campo cuántico lleno de infinitas posibilidades.

En casa de mis padres no había apenas nada, ni un solo libro pero, mi inmensa curiosidad y mi deseo de aprender, me convirtieron en lectora. Y escritora, de muuuchos cuadernos.

De joven, fui poeta. Tengo escritos muchos cuentos, relatos, dos novelas sin publicar aún en papel, una en Amazón, guiones para la emisora Onda Cero, libretos de teatro. Cartas, muchas cartas.

Desde hace poco, tengo un blog en Internet.

 

De niña, en las paredes del bar de mi padre Lorenzo Andueza, con tiza, hice miles y miles de dibujos. Seguí dibujando, siempre, hasta ahora. Gran parte de mi oficio como pintora emergió en mis interminables horas de estudio y observación en la Academia más importante y libre que tenía a mano, el Museo del Prado. Y en mis viajes visité muchos museos.

Llevo muuuuuchos años pintando y he pasado por varias y distintas etapas.

Casi siempre han sido las mujeres, yo misma, mi inspiración.

Empecé a aprender pintando paisajes, bodegones y retratos, hasta desembocar en aquellas putas entrañables de las calles del Madrid de los 80′ y 90′, a las formidables gordas, (yo fui gorda profesional cuando aquella gira fantástica de la Orquesta Mondragón, ya saben ellos las prefieren gordas, gordas…) Y muchos temas de los entresijos teatrales y musicales; camerinos, bambalinas. La verdad detrás de las patas de un escenario…

Dibujos eróticos.

 

Aquellos años de sex, drugs and rock and roll de aquel Madrid que casi nos engulló a unos cuantos, por fortuna, tuvieron un giro importante para mi gracias a un repentino despertar clarividente para salir de aquella vida noctámbula, y despertar para tomar la Senda de la Evolución Consciente.

Con humildad y perseverancia, conseguí limpiarme y conectar con mi alma, entonces, afloraron mis talentos y dones mas divinos. Una de mis más eficaces ayudas fueron aquellos diez años  en que estuve desarrollando los dos libros de Alicia en el País de las Maravillas. Pinté cuadros, hice dibujos, esculturas de reciclaje y me convertí en una coneja dicharachera que ha hecho muchos pequeños espectáculos, contando cosas desternillantes.

Esa Senda Evolutiva me hizo vivir en varios países del continente africano, de Norte a Sur y de Oeste a Este, desde entonces, pinto mujeres y animales…

Resultaría abrumador mostrarles la totalidad de mis creaciones y mis andanzas artísticas por eso, solo les voy a mostrar algunos cuadros y dibujos recientes. Les paso estos tarjetones donde pueden entrar a conocer mis cosas tranquilamente en otro momento.

Lo confieso, soy una autodidacta en todo pero, con una intuición inmensa.

Lo mejor de mi carácter, aparte del sentido del humor, el motor de mi vida, ha sido siempre la actitud: un ánimo, un impulso del ánima para estar dispuesta positivamente.

La alegría de vivir. El reto de aprender.

¡Qué gran escuela es la vida! ¿verdad?

 

El cine, el teatro, la literatura, la pintura, alimentaron las grandes carencias que yo traía y me formaron una estructura en donde vivir.

Ese es mi país, el Arte en toda su extensión.

Acercándome tanto a un escenario, a una pantalla de cine, a un concierto o a un espectáculo de cualquier índole, me convertí en actriz.

Me habitan varios personajes que afloran cuando menos me lo espero. Algunas veces me los regalan para interpretarlos y, otros, me nos invento yo. He rodado películas, he interpretado personajes en el teatro y en la calle, He hecho televisión, publicidad, tantas cosas…

No es fácil ser artista, desde luego. Todo consiste en perseverar. Indagar. Hacer.

Cuando me preguntan de qué vivo, yo siempre digo que de milagro porque existen los milagros. Este es uno, hablarles a ustedes y que me demuestren tanto cariño y respeto.

Para ser artista sólo hay que confiar, fluir, creer en una misma, averiguar quién se Es, con mayúscula.

El pensamiento crea nuestra realidad. Hay que dirigir y domar la mente, canalizar la información sutil que nos impregna. Conocer el Ser que Somos y todo se torna mas fácil, menos sufriente.

Los artistas re-creamos esta Creación inconmensurable, somos canales de una Mente infinita.

El arte es una inspiración, solo hay que observar, meditar. Respirar y extraer de ese Internet Cósmico todas las Ideas que pasan para hacerlas nuestras y desarrollarlas. Todos somos artistas. Si recuperamos la niña, el niño que somos, podemos manejar nuestra pureza y recordar lo que Somos en Esencia. Estar alegres y jugar. Mientras, ya puede hacer ruido lo que nos circunda.

 

Ah, ya veo que llevan un buen rato valorando mi indumentaria, claro, ésta alfombra que hace de vestido tiene que ver con la pieza que vamos a ver…

Mi amado amigo, Javier Muñiz, me ha invitado a presentarme en este magnífico lugar. Lo más adecuado he creído que sea mi primera película como realizadora: Flygande Mattan, (Alfombra Voladora, en sueco). Un acto total de reciclaje, puesto que como acepto muchos trabajos para ganar dinero, en aquel momento en que me ofrecieron coser y ensamblar unos pesados trozos de alfombra en un lugar espectacular y devastado, para aprovechar aquellas horas en aquel ático, casi abandonado, pensé en realizar esta pieza, sencilla, con ayuda de mi joven amigo Alex Diéguez que anda por aquí.

Ya que estamos en Casa Decor, qué menos que traerles una alfombra voladora, para eso me he vestido con la indumentaria necesaria, ya ven, no se puede llevar mucho peso encima de una alfombra que vuela, una cantimplora, una brújula, solo lo imprescindible para no despeinarse.

Estamos en un lugar en donde muchos artistas han creado espacios llenos de belleza e ingenio.

La decoración nos instala fantasías en nuestra vida cotidiana.

Recién estrenados mis 69 años, (todo el mundo dice qué erótica fecha), les recomiendo que disfruten del paseo por este edificio y compren lo que necesiten.

A su disposición están mis obras artísticas, cuadros, dibujos, esculturas, personajes… Yo misma…

Para eso les he pasado los tarjetones, en cualquier momento, podemos quedar y charlar y conocernos.

Les invito a merendar en plan Alicia, cualquier día, en mi casa, para ver las piezas.

Ahora, visionaremos mi corto y volaremos juntos. Luego, Casa Decor les invita a un vino.

 

Ah, no dejen de soñar, de hacer de su vida una obra de arte. Confíen es sí mismos. Tengan plena alegría de vivir.

Poner Arte a la Vida es valorar lo más humilde, insignificante y cotidiano. Tengan coraje para evolucionar.

Les recomiendo que sus corazones no se queden parapetados detrás del miedo y las arquitecturas mentales. Tengan empatía con el prójimo. y mucha paciencia con ustedes mismos.

Desnuden su verdad de disfraces sociales. Jueguen. Aprendan. Disfruten.

Fomenten sus milagros. Flipen.

Ya saben, por cien euros se puede comprar una alfombra voladora pero, por nada, ustedes pueden volar al rincón más lejano del Cosmos con su Imaginación, no la frenen nunca.

Vuelen, ensamblen su propia Alfombra voladora y recorran la vida desde cierta altura en donde puedan observarse.

Ah, antes de despedirme les regalo una historia del Rey Salomón: Uno de los reyes más influyentes de Persia, que tenía también su propia alfombra. Salomón recibió su preciado tesoro como regalo de la Reina de Saba y era tal su tamaño que cabía todo su séquito: las personas a la derecha y los espíritus a la izquierda. Además, tal era el poder de ese monarca, que el viento cumplía sus órdenes, asegurando que la alfombra avanzara en la dirección correcta. No queda ahí la cosa, un dosel de pájaros protegía a los transportados por el sol.

 

Y ahora, les dejo con mi película.

Muchas gracias.

(Texto íntegro leído e interpretado por Juana Andueza el 19 de febrero de 2018, con motivo de la presentación del cortometraje “Flygande Mattan” en el auditorio de Casa Decor en su 53ª edición)

El diccionario define la inopia como “pobreza e indigencia”, para aclarar a continuación ese dicho, estar en la inopia, como “estar distraído o no darse cuenta de lo que sucede”… En estos tiempos de clarividencia colectiva, en los que miles y miles de seres humanos en el mundo están despertando sus conciencias para percibir el espejismo que nos impregna y distorsiona, se manifiesta con claridad que la pobreza social colectiva convierte a los pueblos en esclavos de un sistema- no solo injusto y perverso- si no en indigentes y faltos de medios para vivir. Encapsulados todos en esquemas, plantillas, creencias, modelos y conceptos, la homologación colectiva nos embrutece, nos distrae y nos inclina a no darnos cuenta de lo que sucede, cuando es la pura vida la que sucede en nuestra percepción espacio-tiempo.

Todos lo estamos sintiendo, en muchos lugares del mundo, en colectivos humanos muy activos, cada día, se denuncian infinitas injusticias, para informar, o cambiar leyes o gobiernos.

El arte siempre tuvo la responsabilidad de plantear preguntas, dudas, revertir los conceptos, romper las estructuras de lo oficial o, sencillamente, zarandear las conciencias hasta estremecernos. Así ha sido siempre en Occidente, desde que la mirada de los clásicos unificó la llamada realidad, los cánones de la armonía y el mensaje. La Madre Tierra, con sus periodos evolutivos en cada lugar geográfico e histórico, ha acogido todos los vaivenes humanos: Ella sí que no está en la Inopia, nos nutre y acoge lo que sucede, hasta lo más aberrante para Ella. Flotando sobre esa Madre fascinante, cada día, en lugares remotos ocurren infinitas cosas: una revolución, una música, una película, unos cuadros, una conversación, una escena encima de un escenario, una denuncia en la prensa, una nueva mirada al Reino Animal, un foro cualquiera en este vehículo llamado Internet. Ese tejido activo nos envuelve y, desde nosotros mismos, nos empatiza a comprender e identificarnos con otros seres humanos. La gesta diaria más sublime es cuando cualquiera de esos seres humanos rompe sus límites mentales, sociales y culturales y permite que el sueño, el deseo y el milagro se manifiesten en él. Eso lo cambia todo.

Para comprender el collage que precede a todo esto, en el espectáculo de danza que ha realizado en Madrid -en Mayo de 2017- mi admirado Alberto Velasco, aparte de esas coreografías potentes para un bailarín de 120 kilos -como se anunciaba- en un momento dado, recuperando el fuelle de la respiración, Alberto nos contó que un abejorro es demasiado gordo para volar con unas alas tan pequeñas para sostenerle en el aire: ese problema de física se solventa cuando el insecto en su inopia, distraído por el intenso olor de las bellas flores, las poliniza con alegría, subiendo y bajando su peso durante toda una jornada con sus alitas.

La verdadera belleza vital consiste en sobrepasar los límites ajenos y propios, jugar con las apariencias y sostenerse en ese limbo propio. No importa la etiqueta que la familia, la sociedad o el momento histórico nos haya prendido en el cogote para bajar la cabeza y obedecer. No importa que nuestra mente haya adoptado durante años un discurso negativo, derrotista y enfermo, sabemos que podemos volar, bailar, crear, escribir nuestra vida. Lo que importa es decidir, posicionarse, liberarse desde ese adentro en donde no puede entrar nadie; y el milagro se realiza. Casi todos los seres humanos están amenazados de una u otra manera por instituciones perversas y manipuladoras. Por lo que a mí me atañe, las mujeres en el mundo entero tenemos una presión y una esclavización del patriarcado, enorme, insoportable y asfixiante; mutilaciones y asesinatos. Las abejorras como yo que, desde hace tiempo, hemos levantado el vuelo con nuestros cuerpos rotundos y la carga que se nos otorgó al nacer, vivimos muchos años en una inopia que -ahora- se ha vuelto consciente. Esa toma de consciencia nos ha llevado, primero, al autoconocimiento y, luego, a una fraternidad universal, arcoiris de luz limpia, que permite pasear entre nubes o desiertos, de la mano de otros seres humanos que se merecen paz, amor, alegría, abundancia y dignidad para sus vidas.

Polinicemos la vida, bailemos, manifestemos con el pensamiento, la palabra y la acción a este cuerpo físico que envuelve lo que Somos…

Lo han escrito tantos -tantas veces- eso de que la pintura es como la cocina. Lo he comprobado yo -tantas veces- el arte es como cocinar. Los seres humanos re-creamos constantemente, con el fuego del alma, el brasero de la imaginación y el sopicaldo de la sangre borboteada, casi todo lo que produce la Gran Patata Madre Tierra.

Arte y Vida es lo mismo: un gran juego en el que algunos seres estamos -con delantal y cacharrería- para aprender y dar. Para recibir y dar. Volteando varias veces al aire esa tortilla jugosa de la vida que nunca se quema si se cuida, que cuaja cuando quiere y que para consumirla, hace falta hambre.

El primer llanto del ser humano es por hambre. El instinto busca la ubre. Se necesita comer para combustionar la energía propia. Se necesita arte para alimentar el alma. Si no hay arte en la vida todo es comida basura. Hay arte en todo, si se sabe degustar, aunque los sabores sean amargos, picantes, ácidos o salados. Cualquier suceso es un ingrediente, cualquier ojo es un recipiente, cualquier palabra es la especie justa.

El talento es un capacho que se trae de la manita al nacer, en el fondo del recipiente hay ingredientes propios; nunca se acaba si se usa, esa es la magia del artista; cuanto más saca, más hay. Como dicen los Maestros, todo lo que no se da, se pierde. El capacho de una coneja convertida en maga, como yo, ha extraído materia del fondo infinito de su capacho. Las manos sacan, procesan y se materializan las recetas que están escritas en el aire. Vivir en la cocina ambulante de la vida no necesita más fogón que el campo, el parque, la calle, el océano o un sótano…

Tienen prestigio antiguo los hombres cocineros, los hombres artistas, los hombres científicos, los hombres que hacen paellas sangrientas con sus delirios de poder. Pero las cocineras del mundo han sido siempre las mujeres, en sus hornillitos, o fuegos, con sus vientres, menudo horno, dioss…

Algunas mujeres que hemos nacido artistas, con bisabuelos pintores, o no, como yo. Con un entorno propicio, o no, como yo. Con una preparación académica, o no, como yo, nos hemos dado, al cabo de los años, el diploma de la academia más anónima: ser autodidacta es una caída al vacío. Como le pasó a mi Alicia querida, me he precipitado mil veces en el torbellino de mi ignorancia, sin dejar de atizar mi fogón vivencial, sin quitarme el mandil, sin quitarme el humor, el pincel, el cuchillo o la escenografía teatral. Sin tener una familia femenina cercana, las amigas-hermanas que me ha regalado la vida, me han donado recetas de sus propias vidas, en la que yo he sido cazuela, especia, carne de ballena, hacha, bombona de gas, sal, coneja, tamiz, mantel, pez volador, aceite, tartera, servilleta, bebida, pan tierno, bayeta…

El festín de Elennette.

Elena Santonja Esquivias, adorada, querida y conocida por muchísimas personas a lo largo de su larga vida ha sido chef de su jugosa vida y pinche sin experiencia en la mía. Quince años mayor que yo, con lo que eso significa en una vida apasionada, se dejó amar por mí, sin ponerla pedestal alguno, con respeto y holgura. Hay amistades que necesitan fermentación. En plan tonelete, yo he reposado durante años su amistad sin imponer nada, escuchando sus infinitas anécdotas sin meter baza, sobre todo, estando tranquila dentro de su corazón. En algunas ocasiones, me la llevé de viaje a lugares lejanos, en los que intentaba tirarme por la borda en cuanto aparecía alguien dispuesto a compartir sus caprichos pero, en cuanto se descuidaba, yo me encaramaba de nuevo a su risa y, por allí, navegábamos sin rumbo.

Seductora, brillante y divertida, el festín de su abundante mesa personal, en la que estaba desplegada toda la batería intelectual para prolongar cada almuerzo hasta la noche, me ha regalado exquisitas migajas. En éste último año de su vida, me ha dejado rebanarla en lonchas finas, para una salmuera de conversaciones íntimas. Tras comerse la vida a bocaos, Elena ha tenido que hacer una digestión difícil y reposada en su cuarto, lleno de recuerdos; eso me ha permitido una intimidad excepcional, en muchas tardes de visita y servicio. Al lado, en la cocina, hemos conversado, bebido tazas de té, mojando risas y verdades.

Elena me ha dejado la mesa puesta y un curso de capacitación para usar, no el nitrógeno, sino los ingredientes precisos para nutrir, día a día, mi vida con amor y humor. Yo le he dado todo lo que ha querido.

El misterio de la muerte. En esos otros planos de la existencia, ¿estará ahora Elena en el vestíbulo de las almas, en donde se espera y se comprende ésta experiencia vital? Ay, tantos encuentros la esperan en el festín más sutil de todos. Pienso en eso mientras friego mis platos junto a un chorrillo de lágrimas alegres. Al llegar a ese lugar, cuando yo muera, preguntaré por Elena, a ver si me tiene reservado un buen lugar en una mesa opulenta, abundante y bellísima, presidida por el Gran Chef de todo esto, el Cocinero de nuestra Existencia. Hasta entonces, aún sin ella, me toca vivir y vivir y vivir…

Mi amada amiga Elena Santonja ha vivido en la calle Hermosilla de Madrid durante muchos años; hasta que falleció en 2016, dejando en mi alma un gran poso de alegría, humor y amistad, por haber compartido tanta vida, tantos viajes, tantas meriendas y tantas charlas desternillantes.

El año pasado, una vecina suya -artista también- me contrató para ensamblar una enorme alfombra de gruesa lana que había tejido un sobrino suyo con Síndrome de Down: la destinataria de esa alfombra era una escultora de renombre. La futura alfombra era tan grande y pesada que decidimos, en vez de traérmela a mi casa, mejor, la podía ensamblar en el ático de Hermosilla, un lugar que fue, desde principios del siglo XX, una academia de dibujo y pintura del maestro Palmaroli: una academia en la que estudió dibujo al natural Elena Santonja cuando era jovencita, la única alumna junto a un montón de alumnos varones. En ese ático, presidido por un ventanal inmenso que daba al Norte, lleno de insólitas basuras, muebles y desperdicios varios, sobre la gran mesa que Elena guardaba allí, me pasé dos meses cosiendo monjilmente los trozos de lana. En silencio, dentro de aquella luz estable, esas meditaciones me dieron, un día, una idea: ¿por qué no aprovechar ese espacio tan destartalado? Al fin, un director de arte de cine -llamado antes decorador- se hubiera pasado un montón de tiempo para poder recrear semejante ambiente devastado.

Así que dicho y hecho. Primero, lié a Alex Diéguez, mi jovencísimo y talentoso amigo. Un domingo por la mañana fuimos al ático, a rodar unas secuencias de un guión que yo, previamente, había escrito, la historia de una mujer acosada por las deudas. Ante su delicada situación, la protagonista se compra en IDEA una alfombra voladora. La ensambla y, una vez terminada, sale volando por la terraza. Con unos focos prestados, iluminamos unos rincones y trazamos la ruta del relato en tres partes. Aquella mañana, salimos de allí con la plena sensación de haber amortizado con creces la escenografía desbaratada de ese lugar.

Hasta que no intervino mi querido hijo Hugo Serra como productor ejecutivo, para mejorar la pieza que en un principio carecía de la calidad necesaria, -dada nuestra cinefilia mutua- no seguí liando a más gente: Miguel Navarro Alexiades, que hizo desde el primer momento la edición (montaje) y exportó el material con diligencia. Alberto Valle fue el diseñador de los preciosos títulos de crédito y del cartel que acompaña a este corto (y a este post). Gonzalo Solas se ganó su crédito de Diseñador de Sonido: grabó de nuevo mi voz en off y generó los efectos en su estudio (Monster Tracks) y nos hizo las mezclas finales. Alex y Hugo buscaron las inquietantes y evocadoras músicas en la web de un compositor que se pude usar con eso tan moderno llamado Creative Commons. Finalmente, la supervisión de los subtítulos en inglés estuvo a cargo de una artista bilingüe, Gloria Torres Mejía: amigos -ahora- que, generosamente, me cambiaron su trabajo por una acuarela mía, una mujer volando sobre una alfombra.

Una vez terminado el proceso, mi hijo Hugo, como avispado y experimentado productor, me aconsejó que lo movamos en festivales. Lo estamos haciendo a través de la distribuidora MMS, Move My Short. En algún festival del mundo esta alfombra aterrizará y hasta me darán un premio.

Confieso que para mí, el verdadero premio de este proceso cinematográfico es, siempre, la oportunidad de reciclar: aprovechar para hacer arte con objetos encontrados, con telas usadas o materiales insólitos. Algo que me ha permitido dar nueva vida y dignidad a cosas aparentemente en desuso. Sé que la competencia en los festivales es enorme pero estoy muy contenta de haber convertido una idea en una película, haber constituido un fraternal equipo y hacer volar la imaginación de los espectadores.

FLYGANDE MATTAN es una película futurista dentro de su modestia; llegará un día que se venderán alfombras voladoras, baratas, dado el proceso robótico en el que ya estamos inmersos los humanos.

Aquí tenéis más información sobre esta película y su proceso de distribución: http://movemyshort.es/wordpress/flygande-mattan/

Por último, cada día que iba a coser la alfombra, luego, bajaba a saludar a mi amiga Elena Santonja y tomábamos el té con risas. Estaba ya muy enferma, por eso le he dedicado” in memoriam” nuestra Flygande Mattan. Elena no ha llegado a ver la película pero a ciencia cierta sé que ella anda vagando cómodamente por los espacios siderales del Universo, dado su espíritu aventurero. Desde allí, se contemplan las más fascinantes películas del Universo. Volemos pues con nuestra imaginación a diario y hagamos de cada momento una pequeña obra de arte. ¡Viva el Cine!

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imagen-post-11-trabajo-preceptoRedacción “El trabajo como precepto Divino”. 1 Mayo 1965

Juanita Andueza – Primer Premio Nacional – Centro Sindical “La Elipa”.

“Según me han contado, Dios hizo el mundo en seis días y el séptimo descansó. Sentado encima de un montón de mundos pequeños, claro estaba muy cansado, Dios dijo me he pasado porque esto es muy grande que ni yo mismo puedo mirar en donde acaba. Yo no sé cuánto tiempo estuvo mirando Dios su trabajo, tan enorme, pero no estaba contento, las cosas que había creado estaban como paradas. Lo voy a poner en movimiento porque me aburro y Dios movió las manos, entonces las cosas empezaron a moverse. Yo no sé medir cuanto tiempo estuvo Dios mirando eso tan grande que se movía y se hacía más y más y más grande. Dios estaba sentado encima de un montón de mundos pequeños que eran como una butaca de orejas. Para darse cuenta de lo grande que era todo Dios se subió a la butaca. Su trabajo era bueno, el mundo crecía y todo se movía. Unas cosas muy pequeñas se movían más que nada. Eran los hombres y las mujeres del mundo más pequeño que trabajaban para estar vivos. Dios se puso contento, de todo su trabajo esas cosas pequeñas, los hombres y las mujeres, trabajaban tanto como él. No paraban de trabajar con el suelo, con la ayuda de los animales, con el agua, con la lluvia, con el fuego, con la ayuda de los más inteligentes. Todo trabajaba para estar vivo. Los hombres y las mujeres no paraban. Dios dijo que para eso les había creado y ahora podía descansar. Entonces, Dios se tumbó en unos mundos pequeños que hacían de cama y vio como los hombres y las mujeres siguieron trabajando, hasta ahora”.

Ha sido toda una sorpresa: Tirando y ordenando papeles, me he encontrado con el arrugado borrador de esta redacción tan antigua. Una redacción con la que gané este premio, en competición con muchos colegios nacionales, en el sagrado día del Trabajador Sindical. Aunque pueda parecer infantil que a mis dieciséis años yo describiera, con esa sencillez y pureza, el comienzo del Génesis, hay que comprender cuál era esa época franquista, católica, aislada y oscura en la que vivíamos los españoles y, sobre todo, las mujeres adolescentes. Ahora sé que mi luz interior, mi fantasía, mi humor, mis ganas de aprender, abrían brecha en las tinieblas de un piso humilde y pequeño, en la mente de mi madre, tan doliente y violenta, en la sordidez ambiental y en la muralla de una sociedad amedrentada, asustada, ignorante y sometida. No era fácil respirar esa ignorancia en la que nos sumieron a los jóvenes de la posguerra, apenas unas bocanadas de oxígeno intelectual que había que inhalar por conductos secretos.

Recuerdo que la convocatoria era para celebrar el Día del Trabajo Sindical. Con cierta urgencia entregué mi redacción. Tiempo después, con toda seriedad y orgullo por parte de los profesores, me comunicaron que yo había ganado el primer premio nacional. Me acompañaron al Centro Sindical del barrio de La Elipa de Madrid, a recoger un diploma -que se ha perdido- y una colección de libros; una gorda biografía de Napoleón, que me fascinó, un MapaMundi -que aún conservo- y ese libro que enmarca esta subida de Blog: “Los secretos de la pesca submarina”: un libro fascinante para una joven como yo que, por entonces, aún no había tenido la oportunidad de ir a ninguna orilla a conocer ningún mar. Al menos, esa lectura sumergió a aquella Juanita en lugares ignotos, lejanos, para paliar la sequedad de ese mar rígido de Castilla. Los secretos de la pesca submarina me proporcionaron mucha más curiosidad aún por los profundos misterios del mundo. Y así sigo, escribiendo, para ganar el mejor premio de todos, conocer, inventar, relatar y bucear en los mundos cercanos y lejanos, en donde debe ser cierto que eso que llamamos Dios, Universo, Mente o Energía se fractala (palabra para definir lo indefinible) a Sí Mism@” interminable, infinitamente.

Ni la Luna, ni Marte, ni Saturno; el planeta más desconocido para los seres humanos es el continente que llamamos África. De los otros cuatro continentes de la Madre Tierra hay vestigios suficientes para elaborar un pasado, más o menos tamizado por la historia, más o menos veraz, más o menos entendido. Vestigios de arquitectura, escritura y arte, que sobrevivieron a las civilizaciones anteriores, nos han dejado una interminable investigación para estudiar y entender a nuestros antepasados.

Menos Egipto -un continente dentro del planeta África- y un par de pueblos que crearon su escritura, el devenir de ese inmenso territorio se registró históricamente de una manera oral. Lo cual dio como resultado el obvio desprecio de Occidente cuando “descubrió” África.

La impresionante historia de las gentes negras. La trasmisión oral -como fue el testimonio de los profetas, que no escribieron nada- mantuvo el conocimiento histórico vivo, sin alteración, durante generaciones. Los secretos y misterios de los pueblos africanos, aún ahora, no se comprenden en el mundo “civilizado”. Las guerras, leyendas, historias y gestas, impregnadas de misterio, magia y sucesos sobrenaturales, aún palpitan en las generaciones actuales. Los secretos importantes siguen bien guardados, los profanos no pueden saberlos. En cada africano -aunque sea actualmente musulmán, cristiano o animista- está escrita la historia de sus antepasados en su memoria celular. Los griots, los narradores, siguen trasmitiendo historias a voz viva. La sangre de cada africano habla, también, en cada pálpito.

Se ha estrenado, en septiembre de 2016, un documental, “Las lágrimas de África”, en Madrid y en Barcelona. Una película realizada por una mujer valiente, Amparo Climent, que se acercó muchas veces a las dos orillas de una valla, en Melilla y en Marruecos, para registrar la trágica intención de muchos africanos para entrar en Europa después de interminables, peligrosos y demoledores viajes por el continente. Muchos espectadores han ido al cine comercial a visionar una intención épica que sigue ocurriendo. Lo legal en la blindada Europa es entrar por las fronteras aeroportuarias con los papeles en regla. Por lo tanto, se pueden hacer muchas conjeturas sobre lo que impulsa a las gentes a caminar toda África para llegar finalmente a una frontera, a una valla. Y saltar. Algo ilegal y dramático. La gente desesperada, en manos de mafias y de intermediarios sin escrúpulos, puede pasar años estacionada en lugares llenos de calamidades, dependientes de mafias que cobra cantidades estratosféricas por sacarles de allí. Algunos grupos se gestionan a sí mismos, pero son los menos.

Cada persona africana, de cada lugar, clan o etnia, cuando emprende ese tipo de viaje, carga -además de su nombre y pertenencias- con sus tradiciones, mitos y leyendas. En un principio, suelen ser las familias las que designan al elegido que les va a salvar económicamente en un futuro. Esa persona, con el dinero que reúnen entre todos para que haga el viaje, por lo general, antes de salir de su poblado, suele ser iniciada con rituales mágicos que apuntan a Dios pero que pactan con fetiches y magos, que también esperan su correspondencia al tiempo.

Esa fuerza mística imbuye las gentes de un poder de supervivencia y resistencia extraordinarias. Esa fe en conseguir el objetivo final impregna a las personas de una energía brutal para soportar todo tipo de penalidades. El esfuerzo y el sufrimiento de la espera, convierte lo cotidiano en una situación de interminable paciencia. La solidaridad, la fraternidad y la fe sostienen juntos a esos puñados de desesperados. Pueden pasar años y miserias indescriptibles pero esos hombres y mujeres que llegan a la frontera española, o a la orilla del mar para subirse a un cayuco, lo hacen convencidos de que nada, absolutamente nada, les detendrá.

En el caso de que perezcan, me pregunto en cual triste situación se quedan las familias que nunca más vuelven a saber qué pasó con el hijo o la hija que desapareció trágicamente en el trayecto. Me pregunto si los fetiches reclamaron su pago en forma de muerte. Si no mueren en los diferentes intentos del viaje y llegan a la frontera española, esas personas intentarán dar el salto. Si consiguen traspasar la frontera y vivir en la decadente Europa, la alegría de las familias no suele tener la correspondencia que se esperaba en la mayoría de los casos. Muchos hombres africanos que allí eran zapateros, pescadores o carpinteros, viven ilegalmente en España, vendiendo bolsos o música por las calles, hacinados en pisos pequeños, ganando una miseria para su propio sustento, sin poder devolver nunca el dinero que les puso en camino.

Los guerreros africanos existen, niños soldados, adultos enredados en interminables conflictos tribales o guerras impuestas por el neocolonialismo que esquilma y sangra el continente. Los antiguos guerreros que mataban un elefante o un león con sus manos puede ser que, aún ahora, ejerzan la tradición pura en algún lugar remoto, quién sabe. Lo que ha pervertido la tradición ha contaminado el concepto.

Yo tuve mi propio griot en la isla de Karavan, en la Kasamance senegalesa. Tuve que sufrir algunos complejos rituales de confianza antes de que el llamado Nicolás, ese hombre generoso y sabio, me relatara parte de las historias que pertenecían a su familia. Me aclaró conceptos que el viajero eventual y desde luego, jamás el turista, puede acceder de un día para otro. Ahí empezó mi curiosidad, que no se termina nunca, para ahondar en el misterio de África negra. Desentrañando mi ignorancia, viajé varias veces más al continente, entretanto, escribí una novela, aún inédita, “Violeta Profundo”, que espera su publicación.

Los ángeles negros que saltan vallas y sobreviven a los embates del mar tienen incorporadas en su espalda unas alas con la forma del continente. Su fe y su fuerza les lleva a la frontera de la España africana para que, en el caso subir la valla, saltar y pasar al otro lado, esperen un interminable tiempo más en el centro de acogida: la burocracia para conseguir unos papeles oficiales que sustituyan esas alas mágicas con las que han vencido y saltado todos los obstáculos.

Para mí, de ese éxodo, lo más terrible es la explotación y la esclavitud sexual de las mujeres africanas que son ritualizadas en sus lugares de origen y enviadas como mercancía, como prostitutas, con la tremenda amenaza de pagar lo invertido para que no muera todo su clan O los hijos que aquí tienen y que son también prisioneros de la mafia.

Es posible que los verdaderos ángeles custodien especialmente a estos seres humanos que en su pobreza extrema -la pobreza africana es imposible de imaginar para cualquier occidental que no haya viajado- no tienen nada más que perder que su propia vida. Por ahora no se pueden derribar las alambradas y las concertinas para que los seres humanos fluyan libremente por la Madre Tierra. Si se mira a este planeta desde la estratosfera no se divisa frontera alguna, bueno, posiblemente la Muralla China que fue creada para lo mismo, para dividir su piel en segmentos políticos.

“Las Lágrimas de África” se puede ver ahora online, en la plataforma Filmin y se pude comprar en DVD, en la web de la película.
La película la ha distribuido mi hijo Hugo Serra, estrenando así su nueva iniciativa: Con Un Pack.

 

Se cumplen 25 años de la salida al espacio del telescopio espacial Hubble. El día que se dio la noticia en la prensa que se había mandado al espacio un telescopio, con una gran y poderosa lente, a todos nos pareció que un gran ojo -humano- iba a escudriñar el espacio como nunca antes se había hecho… Por entonces, yo trabajaba como redactora literaria en un programa diario, nocturno, en la recién estrenada emisora de radio, Onda Cero. Esta noticia fue uno de mis primeros artículos, entusiasmada por poder ver “más allá”, gracias a ese novedoso trasto tecnológico, más poderoso que mi propia fantasía “verniana”.

Por entonces, también yo estaba sumida en una nebulosa personal donde no veía más allá de mis narices. Sobreviviente -ya- de los flecos que quedaban en la extinción de aquella “movida” madrileña -que yo hice mía- moviéndome en espiral en galaxias drogotas, con destellos de supernovas convertidas en agujeros negros, tuve la gran suerte de que un cometa, llamado Conciencia, me atravesara un día de arriba abajo en plena calle. Esa revelación, en vez de disparar mi fantasía hacia fuera, hacia el infinito mas infinito que podía percibir mi pequeñez, cambió mi trayectoria y me internó en los albores de mi infinito Ser. Todavía sigo navegando por esos espacios que no se acaban nunca…

El programa de radio en cuestión se llamaba “Del cero al infinito”. En esta época tecnológica, se llama “reseteo” a reordenar un sistema; por ejemplo, el apagar y encender un móvil para que el sistema interno se recomponga. Ya lo creo que esa fue la contabilidad inicial desde aquel día: del cero al infinito, del caos al orden. Esa revelación, esa palabra, esa advertencia, esa ayuda, que me habló y dijo: “se acabó”, abrió en plena calle mis párpados petrificados. Y, muy poco a poco, empecé a ver con claridad: hasta ahora, pasados veinticinco años de limpieza, purificación y reseteo, lejos de adicciones de todo tipo, el gran ojo que es la conexión con la Conciencia me permite llegar a los aledaños de mi núcleo y atisbar la maravilla que contenemos cada Ser en nuestra Esencia.

Basta un parpadeo de cansancio, de duda o de mirar hacia otro lado para que se empañe esa lente prodigiosa. Al Hubble le tuvieron que modificar la lente tiempo después porque se le empañaba la visión; después de la corrección técnica, para nuestro asombro, el telescopio nos sigue mandando los paisajes más fascinantes del Universo. Eso pasa con la visión interior, hay que limpiar la lente constantemente para saber descifrar con exactitud los componentes de lo que contenemos; mas allá del cuerpo denso que también es un Universo fabuloso. Somos nuestra NASA particular, con los ingenieros propios y las estaciones espaciales en activo. Celebro esta efemérides y la hago mía.

En cualquier macrociudad del mundo, escudriñar el cielo en busca de alguna estrella es una tarea imaginativa. Los cielos urbanos, con tanta contaminación lumínica, impiden disfrutar del maravilloso tapiz de luces, de soles, en el que el que Gaia, gira alrededor de su Estrella… Si con suerte miramos una noche el cielo despejado, fijamos un punto y trepamos por él, el Misterio del que formamos parte nos impulsa a tratar de comprender ese infinito, hasta caer rendid@s por nuestra pequeñez ante semejante universo…

Lo que es Arriba es Abajo.

Por lo que leo y aprendo, la Física Cuántica se ha hermanado con la Mística. Así que he bajado la escala y, desde hace un tiempo, me he dedicado a descubrir el infinito universo de mi cuerpo denso. La biología cuántica. El fascinante escalafón del que formamos parte -del mundo macro al mundo micro- nos enseña a comprender la simbiosis en la que participamos con los microorganismos de nuestro interior: por ejemplo, la sincronía de cien billones de bacterias que actúan como un solo ser en nuestro intestino.

Luis Antonio Lázaro y Ander Urederra son mis maestros en este fascinante estudio. Ellos me invitaron a participar en su último libro con mis graciosos dibujos de bacterias y a asistir a sus charlas sobre nutrición simbiótica, para regenerar la microbiota intestinal con alimentos fermentados.

Entre otras cosas, la perversa manipulación de los alimentos en nuestra sociedad “evolucionada” y el exceso de medicación para tapar los síntomas de enfermedad en el cuerpo nos han convertido en unos absolutos ignorantes de lo esencial: ¿Qué somos? Si nuestras emociones más básicas se generan en el intestino a través de la microbiota bacteriana y nuestro pensamiento-conciencia se activa por el flujo de señales que navega a través del tejido neuronal con células interconectadas, ¿Qué es el ser humano? Cito a mis maestros: no es que tengamos bacterias en el cuerpo es que somos un colectivo de bacterias evolucionadas integradas en un holosimbiote o conjunto de sistemas interdependientes, autónomos e interconectados que llamamos ser humano.

Alrededor de nosotr@s, dentro de nosotr@s, hay un genoma humano y un microbioma no humano. Tenemos células con genoma humano. Tenemos virus, bacterias, levaduras y hongos con genoma no humano que se llama microbioma. Empezar a tener simpatía por virus, bacterias y microbios -ue también somos- nos reeduca la información que nos ha sido dada durante siglos. La suma de generaciones de personas que nos han antecedido con la micobiota intestinal desequilibrada esta en nosotr@s.

La interacción entre nosotros y los microbios es tan fascinante que aunque estemos aún en un parvulario evidente, se trata de cambiar hábitos de alimentación y conocer los mundos internos. Eso nos abre un mundo infinito, la sabiduría de gestión para el nanouniverso que contenemos.

Somos lo que sentimos, lo que pensamos… en el cerebro también habitan bacterias.

Hay que ecualizar nuestro campo emocional; las emociones que nos pudren (enferman) o nos fermentan (sanan) nos conduce a alcalinizar, vitalizar y regenerar nuestro cuerpo. Todo un proceso y, como tal, una investigación y un cambio de hábitos alimenticios que pueden parecer bastante drásticos pero que dan como resultado una salud fabulosa. La alegría y la vitalidad dependen en gran medida de nuestro intestino y de los pequeñitos seres que nos gestionan. Démosles un saludo para conocerlos.

El tema es tan amplio que prefiero recomendar este libro y sus recetas de mis maestros para los que lean este blog bactericida. Aseguro una información hipervaliosa para la salud y la vida.

Nutrición Simbiótica

Luis Antonio Lázaro y Ander Urederra

Ediciones i

www.edicionesi.com

Y saludemos a nuestras bacterias, hongos, virus y microbios con agradecimiento. Ellos son Yo…

imagen 2 de post 7 - Microbiana

Por fortuna, la cinematografía, desde sus principios, nos ha mostrado los mundos del Mundo. Más cercanos, o lejanos, con imágenes, con diálogos, con silencios, con música, las películas nos ha relatado la vida. El cine nos ha enseñado los escondrijos humanos sin necesidad de imaginarlos en una lectura; ese es su poder, la imagen y el sonido (que no olvidemos que es el cincuenta por ciento).

Yo soy una cinéfila solitaria. Las butacas de un cine son más voladoras que las alfombras mágicas: cada vez, sentada en una de ellas, he despegado a mundos infinitos.

Hugo Serra, mi hijo cineasta, lo es por esa influencia mía; butaca con butaca hemos viajado juntos, muchos años, delante de un haz de luz que se mueve delante de una sábana. Ahora, gracias a él, he ido conociendo también, de primera mano, a jóvenes mujeres cineastas, que quieren, y han dirigido o producido películas. Cada vez más, las mujeres del mundo están contando sus propias historias en el mundo cinematográfico. Ellas, las realizadoras, muestran sus experiencias pasadas por el tamiz de un guión, o los avatares de sus sociedades, para que emerjan las visiones, las situaciones más profundas de la vida femenina.

La realizadora turca Deniz Gamze Ergüven me ha regalado una película, “Mustang”. El regalo es la síntesis de su juvenil experiencia personal que ha desembocado en mostrarnos el sometimiento social y familiar de las mujeres de su país. Se dice que Turquía es un puente entre Occidente y Oriente. Pues bien, ese arco es el que dispara -en el argumento de Mustang- el recorrido que debe hacer cualquier mujer en el mundo para salir de la esclavitud. La familia es el argumento más grande para contar cualquier cosa pequeña. Los grandes cineastas lo han exprimido y nunca se acaba. Las tradiciones, la familia, la hegemonía masculina, la sociedad, el honor, esos pesados y asfixiantes sudarios que se han impuesto a las mujeres del mundo, se desnudan en películas como ésta: una Casa de Bernarda Alba que gira en torno a la sumisión de mujeres que doman a mujeres jóvenes para entregarlas a la tradición, a la muerte de su evolución como personas.

Por ahora, he girado sesenta y siente años alrededor del Sol. En España, cuando yo era una adolescente, ser una joven “mustang”, con ganas de desarrollar mi vida, mi arte, mi creatividad y mi talento, era una tarea casi imposible. Ese intento mío fue combatido con doma y palizas, para obedecer “lo que se debía pensar, hacer o parecer”, por parte de una madre que había sido muchísimo más castrada aún. En esa sociedad encerrada, patriarcal, marcada por los militares, la Iglesia Católica y los hombres, liberarse fue una larga y ardua tarea personal. Ahora Soy el Ser que Soy en el mundo. Deseo que las mujeres se ayuden a sí mismas para Ser los Seres humanos que se merecen Ser, con pleno derecho de vivir y evolucionar como personas de pleno derecho.