En cualquier macrociudad del mundo, escudriñar el cielo en busca de alguna estrella es una tarea imaginativa. Los cielos urbanos, con tanta contaminación lumínica, impiden disfrutar del maravilloso tapiz de luces, de soles, en el que el que Gaia, gira alrededor de su Estrella… Si con suerte miramos una noche el cielo despejado, fijamos un punto y trepamos por él, el Misterio del que formamos parte nos impulsa a tratar de comprender ese infinito, hasta caer rendid@s por nuestra pequeñez ante semejante universo…

Lo que es Arriba es Abajo.

Por lo que leo y aprendo, la Física Cuántica se ha hermanado con la Mística. Así que he bajado la escala y, desde hace un tiempo, me he dedicado a descubrir el infinito universo de mi cuerpo denso. La biología cuántica. El fascinante escalafón del que formamos parte -del mundo macro al mundo micro- nos enseña a comprender la simbiosis en la que participamos con los microorganismos de nuestro interior: por ejemplo, la sincronía de cien billones de bacterias que actúan como un solo ser en nuestro intestino.

Luis Antonio Lázaro y Ander Urederra son mis maestros en este fascinante estudio. Ellos me invitaron a participar en su último libro con mis graciosos dibujos de bacterias y a asistir a sus charlas sobre nutrición simbiótica, para regenerar la microbiota intestinal con alimentos fermentados.

Entre otras cosas, la perversa manipulación de los alimentos en nuestra sociedad “evolucionada” y el exceso de medicación para tapar los síntomas de enfermedad en el cuerpo nos han convertido en unos absolutos ignorantes de lo esencial: ¿Qué somos? Si nuestras emociones más básicas se generan en el intestino a través de la microbiota bacteriana y nuestro pensamiento-conciencia se activa por el flujo de señales que navega a través del tejido neuronal con células interconectadas, ¿Qué es el ser humano? Cito a mis maestros: no es que tengamos bacterias en el cuerpo es que somos un colectivo de bacterias evolucionadas integradas en un holosimbiote o conjunto de sistemas interdependientes, autónomos e interconectados que llamamos ser humano.

Alrededor de nosotr@s, dentro de nosotr@s, hay un genoma humano y un microbioma no humano. Tenemos células con genoma humano. Tenemos virus, bacterias, levaduras y hongos con genoma no humano que se llama microbioma. Empezar a tener simpatía por virus, bacterias y microbios -ue también somos- nos reeduca la información que nos ha sido dada durante siglos. La suma de generaciones de personas que nos han antecedido con la micobiota intestinal desequilibrada esta en nosotr@s.

La interacción entre nosotros y los microbios es tan fascinante que aunque estemos aún en un parvulario evidente, se trata de cambiar hábitos de alimentación y conocer los mundos internos. Eso nos abre un mundo infinito, la sabiduría de gestión para el nanouniverso que contenemos.

Somos lo que sentimos, lo que pensamos… en el cerebro también habitan bacterias.

Hay que ecualizar nuestro campo emocional; las emociones que nos pudren (enferman) o nos fermentan (sanan) nos conduce a alcalinizar, vitalizar y regenerar nuestro cuerpo. Todo un proceso y, como tal, una investigación y un cambio de hábitos alimenticios que pueden parecer bastante drásticos pero que dan como resultado una salud fabulosa. La alegría y la vitalidad dependen en gran medida de nuestro intestino y de los pequeñitos seres que nos gestionan. Démosles un saludo para conocerlos.

El tema es tan amplio que prefiero recomendar este libro y sus recetas de mis maestros para los que lean este blog bactericida. Aseguro una información hipervaliosa para la salud y la vida.

Nutrición Simbiótica

Luis Antonio Lázaro y Ander Urederra

Ediciones i

www.edicionesi.com

Y saludemos a nuestras bacterias, hongos, virus y microbios con agradecimiento. Ellos son Yo…

imagen 2 de post 7 - Microbiana

En mis mundos paralelos, encuentro mayor información y reflexión que en esto que llamamos realidad, donde el caos es la atmósfera, la mentira es la información y la inmediatez del presente, por lo que vemos, no atisba solución alguna a nuestros problemas humanos.

Hace unos pocos días, en este Mayo, florido y hermoso por las interminables lluvias, he podido asistir en Madrid a dos representaciones teatrales de alto y paralelo contenido, textos que despiertan y avivan mi vehemente deseo de una solución fraternal para el género humano: Numancia (sin el cerco) de Miguel de Cervantes y Tierra del Fuego de Mario Diament.

Como en el tema central de la obra Delicia, de Triana Lorite, de la que he sido actriz protagonista hasta hace unos días, la invasión (militar, política o familiar) es una constante desgarradora en el devenir de nuestras vecindades y culturas.

El Imperio Romano cercó, sitió a los numantinos, hasta tal punto que prefirieron extinguirse en masa antes que entregarse. Triste holocausto de una minoría que no encontró acuerdo alguno con un gigante invasor; un Imperio inmenso que practicaba una inercia imparable en su colonización mundial. En la obra Numancia, un puñado de excelentes actores, para un montaje efectista, anclan los versos de Cervantes y la epopeya con rigor y emoción. Quiero destacar a mi querido Alberto Velasco (que nos dirigió en Delicia), multiplicándose en personajes distintos, con esa humanidad física suya que (tanto preocupa a críticos tiquismiquis) ocupa el Teatro Español y, casi, la plaza de Santa Ana entera. Numancia es una tormenta de justicia que aniquila pero dignifica; como yo decía cuando interpretaba a mi personaje Delicia: “una mujer puede ser destruida pero nunca derrotada”. La dignidad de los débiles, de los justos, no la derrota nunca, nada, aunque en los anales históricos se glosen siempre las victorias como perverso y mentiroso resumen.

El encono de Yael Alón, el personaje de la mujer judía de Tierra del Fuego, que interpreta Alicia Borrachero con una pulcritud extrema, adecuada al proceso de su investigación emocional; ese empeño del personaje en su esfuerzo conciliador, para entender a un palestino, un enemigo, preso por un atentado del pasado que la involucró dramáticamente a ella, desarrolla el texto, el embrollo fraternal de Israel y Palestina. Sin poder deshilvanar la mujer, nada más, que el entendimiento privado, personal e íntimo de dos seres heridos, en cierto modo, desde hace tres mil años antes de esta era. Entre los personajes esenciales habla su parlamento desgarrado una herida Gueula Golán, personaje que encarna mi admirada y excelente actriz Malena Gutiérrez. La madre judía es esa pared que no perdona ni tiende la mano a quien sufre tanto como ella.

Y así declamaba yo en los finales de Delicia: “¡¡¡Abraham iba un día por Siria o por Turquía y se le aparece Dios, y le dice que tiene que sacrificar a uno de sus dos hijos, a Ismael o a Isaac… ¿quién será el verdadero hijo de la promesa de Dios? A tu simiente le daré la Tierra Prometida, esa que va desde el río de Egipto hasta el río Eúfrates. Ese es el problema de la Humanidad entera, la Tierra en propiedad. En ese caso, si la simiente es la de Ismael la tierra le pertenece a los Islamistas, pero si la simiente es la de Isaac, la tierra le pertenece a los judíos!!!”

Una promesa bíblica que dividió a unos hermanos para siempre.

Las infinitas guerras han creado rencor, odio y venganzas sin fin entre los seres humanos desde los principios de los tiempos. Solo el perdón mutuo puede restañar, restaurar este pasado terrible, que nos sigue llenando de horror, dolor, desgracias y sufrimientos…

 

Los estímulos para escribir un cuento o una novela surgen un buen día en una ráfaga inspirativa y ese aliento sagrado se materializa, poco a poco, en letras y signos. La estructura de una historia sube entre la empalizada de las neuronas por el andamio de las frases y, finalmente, se corona con un tejado que la proteja, el título. Hoy escribo la entrada número 5 de este Blog: para celebrarlo, quiero comentar que de mis muchos relatos (aún inéditos) existe esta novela castiza que escribí -durante todo un verano- no hace mucho tiempo…

“Yo, número 5” es la biografía literaria de un edificio singular, con memoria, conciencia y opiniones sobre sus peculiares habitantes. Una gran casa señorial situada en los arrabales del Madrid de principios del siglo XX; un casoplón asomado a una cuesta sobre la Glorieta de Embajadores. Una casa que nunca existió, pero que yo situé ahí para inventar unas cuantas historias de unos cuantos personajes, que podrían ser el perfecto abanico social de la época. Todo empezó cuando un día me dije que después de escribir muchos cuentos y relatos sobre América, Oriente o África, debía hacer un homenaje a “mi” Madrid. Que debía honrar a esta mi ciudad, entonces pequeña y pueblerina, aún sin invadir por los infinitos emigrantes que le han dado vida y un enorme cuerpo, desparramado y feo, hacia los cuatro puntos cardinales.

Esta fantasía literaria me acercó a mí primero a las vivencias de ese Madrid castizo, que ha desaparecido casi por completo por la invasión foránea. Durante unos meses leí bastante sobre los principios del siglo XX en Madrid y me paseé por esas calles que eran entonces unos arrabales lejanísimos de la Puerta del Sol. Para meterlos en esos pisos del edificio, materialicé a unos personajes de los que quedaban leves huellas en mi memoria y construí una historia que, como buena novela, es verdad. Basado en el dicho “las paredes oyen”, yo les aseguro que la vida de las personas, sus conversaciones y pensamientos, se impregnan telúricamente en las habitaciones, en los edificios, en las calles y en los lugares en donde hubo vida. Y muerte. De la misma manera que don Francisco de Goya y todos los escritores y dramaturgos del Siglo de Oro rescataron lo que vieron, escucharon y vivieron en Madrid, yo dejé que una memoria sutilísima de los propios lugares me dictara la historia. Y me dejé llevar…

Esta novela aún no existe en papel en forma de libro tradicional, ya llegará la ocasión; lo deseo y estoy segura. “Yo, número 5″ se puede adquirir como libro electrónico (ebook) a través de Amazon, por la modesta cantidad de 1,36 euros (y 0 para los que estén suscritos a Amazon Unlimited). Nada mejor para celebrar con calma las Fiestas del 2 y 15 de Mayo de Madrid que entrar en ese edificio y conocer a sus habitantes; les aseguro que les van a fascinar. Ya me contarán después de leerla…

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Por fortuna, la cinematografía, desde sus principios, nos ha mostrado los mundos del Mundo. Más cercanos, o lejanos, con imágenes, con diálogos, con silencios, con música, las películas nos ha relatado la vida. El cine nos ha enseñado los escondrijos humanos sin necesidad de imaginarlos en una lectura; ese es su poder, la imagen y el sonido (que no olvidemos que es el cincuenta por ciento).

Yo soy una cinéfila solitaria. Las butacas de un cine son más voladoras que las alfombras mágicas: cada vez, sentada en una de ellas, he despegado a mundos infinitos.

Hugo Serra, mi hijo cineasta, lo es por esa influencia mía; butaca con butaca hemos viajado juntos, muchos años, delante de un haz de luz que se mueve delante de una sábana. Ahora, gracias a él, he ido conociendo también, de primera mano, a jóvenes mujeres cineastas, que quieren, y han dirigido o producido películas. Cada vez más, las mujeres del mundo están contando sus propias historias en el mundo cinematográfico. Ellas, las realizadoras, muestran sus experiencias pasadas por el tamiz de un guión, o los avatares de sus sociedades, para que emerjan las visiones, las situaciones más profundas de la vida femenina.

La realizadora turca Deniz Gamze Ergüven me ha regalado una película, “Mustang”. El regalo es la síntesis de su juvenil experiencia personal que ha desembocado en mostrarnos el sometimiento social y familiar de las mujeres de su país. Se dice que Turquía es un puente entre Occidente y Oriente. Pues bien, ese arco es el que dispara -en el argumento de Mustang- el recorrido que debe hacer cualquier mujer en el mundo para salir de la esclavitud. La familia es el argumento más grande para contar cualquier cosa pequeña. Los grandes cineastas lo han exprimido y nunca se acaba. Las tradiciones, la familia, la hegemonía masculina, la sociedad, el honor, esos pesados y asfixiantes sudarios que se han impuesto a las mujeres del mundo, se desnudan en películas como ésta: una Casa de Bernarda Alba que gira en torno a la sumisión de mujeres que doman a mujeres jóvenes para entregarlas a la tradición, a la muerte de su evolución como personas.

Por ahora, he girado sesenta y siente años alrededor del Sol. En España, cuando yo era una adolescente, ser una joven “mustang”, con ganas de desarrollar mi vida, mi arte, mi creatividad y mi talento, era una tarea casi imposible. Ese intento mío fue combatido con doma y palizas, para obedecer “lo que se debía pensar, hacer o parecer”, por parte de una madre que había sido muchísimo más castrada aún. En esa sociedad encerrada, patriarcal, marcada por los militares, la Iglesia Católica y los hombres, liberarse fue una larga y ardua tarea personal. Ahora Soy el Ser que Soy en el mundo. Deseo que las mujeres se ayuden a sí mismas para Ser los Seres humanos que se merecen Ser, con pleno derecho de vivir y evolucionar como personas de pleno derecho.

En el amplio bar (dado mi tamaño infantil) de mi padre Lorenzo Andueza, había unas paredes de falso mármol verde que yo llenaba con dibujos de tiza, algunas tardes sin clientes, cuando el sol de poniente se deslizaba hasta mi mano como un guante de luz. No había dinero para cuadernos de buen papel, así que mojaba la pared y dibujaba a lo grande. Me fascinaba; al secar, la tiza resaltaba blanquísima sobre aquel lapislázuli. Así, una y otra vez. Un dibujo tras otro. Hasta que no se quejaban muchos clientes por mancharse el trasero de tiza no me obligaba mi padre a borrar lo dibujado.

Así ha sido durante años, al deslizar mi mano sobre papeles o soportes encontrados, para dibujar, con fluidos distintos, mis fantasías, mis miradas y mis sueños. Los niños dibujan sin cortapisas, sin sentir su torpeza académica. Con naturalidad, explican sus emociones y retratan su entorno. No tener miedo al ridículo es lo que hace libre a un dibujo. Y a la persona. Los psicólogos estudian mejor un dibujo infantil que una confesión deslavazada. Los adultos que sabemos dibujar tenemos que dibujar siempre como niños, a base de dibujar mucho; eso no lo olvido nunca. Siempre me dejo llevar de mi mano libre y trazo líneas, garabatos, manchurreo; atrapo con trazos sueltos esas miradas propias que se instalaron en un rincón de mi memoria, más tangibles que ese instante en el que robé un gesto, una situación o una vibración de color cualquiera. Dibujos mezclados con sueños y deseos. Dibujos. Luego, cuando pinto con óleo y acumulo capas de colores que forman una materia sólida -a veces transparente y a veces compacta- por más abstracta que parezca, debajo, siempre, hay un dibujo. La composición invisible que marca la mirada y que tiene forma e intención. Que permite viajar por un lienzo sin perderse, que convierte una pintura en armonía.

Crear historias, rescatar sueños y ponerlos en movimiento con dibujos es, a la vez, el sueño de todo dibujante y pintor. He recomendado en las redes sociales la película de Isao Takahata, “El cuento de la princesa Kaguya”, por su pureza de líneas y su contenido onírico. Un cuento japonés tradicional. Lo que subyuga en una película así es el dibujo que se mueve, que te traslada al mundo de los sueños y te mete en ellos. Sé que detrás de una película de esta envergadura hay todo un trabajo de equipo, claro, pero en ella late la poesía que ha combustionado a su creador para llevarla a cabo. Al terminar la proyección, la niña que estaba sentada a mi lado estaba llorando, y yo también. Nos hemos reído las dos al darnos cuenta de lo emocionadas que estábamos… Ese es el cometido de un buen dibujo, sorprender, emocionar, registrar la vida y trasformarla…

Mi cuadernismo de textos automáticos y una terapia de recorta y pega para realizar collages de todo tipo, me sorprende cuando abro a voleo cualquier viejo cuaderno y me encuentro de sopetón con algo contemporáneo…

Hoy por la mañana, he conectado con lo que hice ayer por la tarde, presentar -junto a Ángel Aleja y Amado Storni- el tercer libro de relatos de una artista singular, la mexicana madrileña María Gloria Torres Mejía. Un alma que pinta, escribe y compone las letras de las canciones de su propio grupo de rock, Schinny Black. El sugestivo título, “Concierto para ácaros y otras mentiras literarias” enlaza con la publicación también de su nuevo CD, “Koncert für akarus”. Y con una esquina de mi cuaderno… Como se puede leer en la foto, a principios de 1992, debí tomar repentina medida de mi pequeñez y de una manera poética traté de definir lo que no es fácil, nuestra dimensión espacial.

Los seres humanos cuando miramos al cielo y nos proyectamos hacia fuera, hacia lo que intentamos comprender o percibir de la inconmensurable magnitud del Universo, de una manera torpe, imaginamos ese más y más y más y más, allá… Los físicos cuánticos, tan místicos ellos, están demostrando que “hacia dentro” de nuestro cuerpo físico somos también infinitos. La nanotecnología lo está demostrando.

En el eje de nuestra percepción humana de cinco sentidos, actuando en tres dimensiones, lo que nos vincula con lo que llamamos realidad, en ese vértice, sentimos que “estamos” entre el Cosmos y el Universo propio. Hay un escalafón dentro de nosotros: microorganismos que tienen conciencia, que sienten y se comunican entre sí y con el medio que les sustenta, como cualquier especie. A mi me apasiona el mundo bacteria, esa masa de seres que me avisa del peligro en mis tripas antes de que pudiera formular cualquier alarma intelectual en mi cerebro. Pasteur dijo que “el papel de lo infinitamente pequeño en la naturaleza es infinitamente grande”. Las bacterias se rejuvenecen permanentemente, un patrón fractal que se remonta al origen de la vida en la tierra… Somos un cuerpo, somos los microorganismos; dos kilos de células bacterianas habitan en nuestro intestino… Por ahora vuelvo a algo más grande, a los ácaros, esos microscópicos y descabezados arácnidos de extraños cuerpos y enormes bocas que se zampan nuestras células muertas y excretan desechos que a muchos humanos producen molestas alergias.

Los cuentos de Gloria están repletos de ácaros, hormigas, cucarachas, abejas, moscas, moscardones, mosquitos, hormigas, tortugas y algunos humanos. Somos mundos dentro de mundos, dentro de mundos… En un colchón cualquiera hay mas trasiego de vida ácara que en todo el continente europeo. También somos ácaros, pero nos percibimos bellos.

Tiza, lápiz, pluma estilográfica, bolígrafo, rotulador, algunas veces plumilla y tinta, esos han sido mis instrumentos ológrafos habituales, para cualquier tipo de mensaje, pensamiento o reflexión, durante toda mi vida. Ah, sin olvidar mis primeras mecánicas, las fabulosas máquinas de escribir. Las Olivettis de mi vida, cacharros grandes, pesados, donde podía aporrear con fuerza las teclas al escribir y darle al tabulador unos embates como si quisiera empotrarlo en la pared…

Y ahora, el ordenador…

Pero vuelvo a los soportes: márgenes de periódicos, servilletas, papeles de envolver, reciclados, cuartillas, folios. Cuadernos, cuadernos y cuadernos. Papeles de todas las texturas, escritos a mano, con letra constante, sin borrador, sin corregir. Catarata secreta. A veces furiosa. Confesionario sin tapujos. Y ese río de cuartillas y folios enviados por correo: cartas. Confesiones que desembocaron en ojos asombrados, emocionados. Últimamente, ojos agradecidos por descubrir un sobre escrito a mano en esos buzones de correos que solo contienen publicidad o facturas. O eso que mi hijo Hugo denominó “cartas bomba”, mensajes personales míos que, la mayoría de las veces, no solo no tuvieron contestación si no que hicieron naufragar para siempre amores o amistades.

Cuando me atasco con los diferentes cibersistemas de escritura al uso, a menudo, suelo confesar a mis jóvenes amigos que yo vengo del pizarrín. Sí, en mi primera escuela de párvulos usábamos pizarrín y una tiza. Y pizarra en la pared, claro. Mas tarde, se usaron aquellos cuadernos, de una y dos rayas, para caligrafía a lápiz, que tan buena letra me conformó para siempre: letra legible que ha ido cambiando con el tiempo, como mi personalidad. Siempre letra de dibujante, porque escribir es dibujar y dibujar es jugar con las formas, con los pensamientos, con las ideas.

Tinteros, plumillas; por eso sigo dibujando con plumilla y tinta china, me encanta ese olor mineral de la tinta, los dedos manchados, el cuidado necesario para no estropear el dibujo hasta que seque…

No he parado de escribir en cuadernos. En ellos están depositados los más honestos, sinceros y escabrosos sentimientos míos. En esos cuadernos he recortado, pegado y realizado infinitos collages con material encontrado, arrancado o sacado de la basura. Una forma diferente de dibujar. De construir arte de papel, hasta caben imágenes tridimensionales. Una forma artística de meditar. Todo cabe en un cuaderno.

Por tanto, queda inaugurado este “Cuadernismo digital”, necesario complemento y forma cibernética de arropar mi web www.juanaandueza.es.

Quién sabe quien leerá esto. No importa. Para cada lector que me lea, mi verdad y mi alma estarán aquí.